GRUPO 400+ DE
VENEZUELA
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Sarkozy y la gloire de Francia
Tradicionalmente los jefes de Estado franceses
han tenido en común el convencimiento de que cada
uno de ellos encarna la gloire de Francia que los
obliga a trascender sus fronteras.
Suficiente recordar a Napoleón, Luis XIV y
De Gaulle. En los últimos años este sentido
de destino personal impulsó a dos de ellos a
buscar extender su influencia en América
Latina.
El primero, François Miterrand, suscribió,
al comienzo de su gobierno en 1981, con el
presidente López Portillo, la Declaración
Franco-Mexicana, que reconocía a las
guerrillas salvadoreñas como una “fuerza
política representativa”. Semejante
propuesta hizo que el presidente
estadounidense Ronald Reagan desempolvara la
doctrina Monroe y que la OEA rechazara la
controversial declaración. Acto seguido
Francia fue excluida del proceso de paz.
El segundo, el presidente Nicolás Sarkozy,
no siguió el ejemplo de Miterrand –que se
acercó al gobierno mexicano que tenía la
política exterior más independiente de
América Latina–, sino al régimen
militarizado y crecientemente totalitario de
Venezuela, que se burla diariamente de los
principios de “Libertad, Igualdad y
Fraternidad” con los que Francia inspiró al
mundo.
¿Y en qué consistió este acercamiento?
Primero, y a pesar de conocer la estrecha
relación entre el régimen venezolano y la
organización narco terrorista FARC, en una
operación de oportunismo humanitario Sarkozy
invitó al presidente Chávez a París apenas
doce días antes del referendo en Venezuela
de diciembre de 2007 promoviéndolo así como
un líder humanitario. Luego, públicamente
presionó al presidente de Colombia para que
dejara a Hugo Chávez negociar con esa
organización la liberación de Ingrid
Betancourt, a lo cual Colombia naturalmente
se negó.
Su más reciente acercamiento al presidente
venezolano ha sido por la vía epistolar, “felicitándolo
calurosamente por la rotunda victoria del
proyecto de reforma de la Constitución
venezolana, por el rol que desempeñó en la
campaña electoral y deseándole que esos
resultados le permitan seguir adelante con
los esfuerzos que ha implementado desde hace
más de diez años a favor de una mayor
justicia social y de la reducción de las
desigualdades”. Palabras que, sin duda,
desmerecen la gloire francesa, y que no
fueron escritas por consideraciones
humanitarias, sino estrictamente
crematísticas.
Semejante
desnaturalización de la realidad nacional
fue inmediatamente rebatida por el
G400+
de Venezuela
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mediante una carta pública al presidente
Sarkozy, expresándole la alarma que había
causado su mensaje en la sociedad
democrática venezolana. Le recordaban hechos
de pleno conocimiento público, de cómo el
presidente Chávez había puesto al servicio
de su interés político todos los recursos
del Estado, cómo intimidó y presionó a los
empleados públicos, inhabilitó a
personalidades políticas opositoras,
profirió amenazas contra la vida y la
integridad de líderes de la disidencia y de
los movimientos estudiantiles, ordenó la
utilización de la fuerza pública contra
manifestantes pacíficos y las ilegales
detenciones de figuras de la oposición.
Son hechos que un observador independiente
no podría avalar, salvo que aplique el viejo
precepto de que “el cliente siempre tiene la
razón”. El
G400+
de Venezuela,
del cual formo parte como coordinador,
entiende que en las relaciones entre países
como Francia y Venezuela, que han mantenido
una larga y sólida amistad, pueda sentirse
la necesidad de dar cabida al protocolo
diplomático, pero no comprende que sea
motivo de satisfacción para Francia que en
Venezuela los poderes públicos carezcan de
independencia por la subordinación absoluta
a la voluntad del presidente Chávez. Y menos,
que su presidente ignore y condone la
progresiva asfixia a la cual viene siendo
sometida la democracia venezolana por parte
de un régimen para el cual el sufragio es
apenas un instrumento para alcanzar el poder
y para desmantelar toda salvaguardia
constitucional o legal que se interponga en
su ambición totalitaria.
La amistad franco-venezolana merece mejores
gestos y apelamos a que Francia –y su
presidente– la mantenga en alto.
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